Esta la belleza en los ojos de quien la ve?
El incendio de la catedral de Notre Dame en París, a inicios de la Semana Santa del 2019, es un hecho que ha despertado las más diversas reacciones en quienes han vivido esta tragedia de cerca o la han visto a través de sus pantallas. Todas estas reacciones sobre la destrucción parcial de la catedral, el rescate de obras de arte y reliquias de la fe cristiana, así como el pronto anuncio de su reconstrucción, han generado las más diversas opiniones frente a uno de los llamados “Tesoros de la humanidad”.
By Clara Sierra
Esta controversia nos debería llevar a pensar si la belleza está en el ojo del espectador, o hay algo en ellas que despierta en nosotros un sentido que va más allá de ellas mismas. Las diferentes posiciones podrían estar en lo que entendamos por belleza, entonces deberíamos preguntarnos si somos nosotros quienes determinamos lo que es bello.
“La belleza es captada por nuestros sentidos cuando nos detenemos a observar la creación”.
¿Qué entendemos por belleza? Empecemos por buscar en el diccionario el término “belleza”. Aquí se define como una “cualidad de una persona, animal, o cosa, capaz de provocar en quien los contempla o los escucha un placer sensorial, intelectual o espiritual. Por ejemplo, la belleza de un cuadro; de la música; de una puesta de sol; de una pantera; de un niño”. Podemos ver así una conexión especial entre lo creado con lo sensorial, intelectual y espiritual del ser humano.
Indagando en la filosofía, encontramos que Platón es el primero en preguntarse qué es la belleza. Su ejercicio de contemplación lo lleva a buscar la belleza en una causa más alta. Y es que entre más se contempla, más conscientes nos volvemos de lo limitado de las cosas. Así llega Platón a definir lo bello como fin último, como una visión admirable, que puede gozarse, pero no puede describirse, porque no hay palabras. Para Platón la belleza es más una fuerza que nos impulsa el deseo de inmortalidad, y atrae al hombre a la participación de la divinidad.
Siguiendo con su alumno Aristóteles, encontramos la belleza, a través de su doctrina de la materia y la forma. Él nos dice que cada cuerpo natural se compone de estos dos principios. Por ejemplo, al observar una escultura vemos de qué está hecha; mármol (materia prima) y contemplamos lo que el autor moldea en este; un cuerpo humano (potencia), Es así como el artista plasma su arte en algo material. Esta es la doctrina central de la filosofía de la naturaleza de Aristóteles. Él nos dice que “el arte es imitación del artífice divino”.
Aristóteles nos muestra cómo el arte incita un movimiento en una materia potencial de manera que, esta materia es energía dirigida a un fin. Lo universal en el arte es la composición de las partes por su unidad, y por ello concluye que “la belleza consiste en la magnitud y en el orden”. Nos dice que las pinturas no agradan tanto por su color o líneas, como por la forma en ellas contenida. No admiramos “la Piedad” por el mármol sino por la talla hecha por el autor, por la dramática escena que el autor nos traspasa si nos detenemos a contemplarla. Es así como llega a la definición de la belleza como esplendor de una forma apoyada en una materia proporcionada.
Siguiendo a Platón y a Aristóteles, San Agustín enuncia, además de la unidad y la proporción, a la belleza como esplendor del orden. Él nos dice que “es en el orden donde se encuentra no solo la belleza corporal, sino la inteligible y la divina”. Esta visión de la belleza en la virtud del orden se manifiesta en el hombre tanto en lo físico, como en lo psicológico y espiritual. Es el orden quien le permite al hombre lograr alcanzar la plenitud interior y proyectarla en la transformación de la creación. Esta plenitud interior el artista la plasma en la música, la arquitectura, la escultura y muchas otras representaciones artísticas que surgen en la conexión con aquello que nos trasciende: La belleza. Esta noción trascendental está presente y disponible en todos los seres humanos que son capaces de experimentarla a través de lo espiritual.
Sin embargo, nuestra pregunta nos lleva a reflexionar sobre la belleza en los ojos de quien la ve. Esta nos dice que la belleza proviene de la experiencia sensible a través de nuestra vista. De esta manera se nos plantea una forma diferente de abordarla basando su reflexión en los sentimientos porque es así como el hombre percibe las cosas. De esta manera la belleza llega a ser vista como algo subjetivo, ya que se percibe dependiendo de los sentimientos que estas generen en cada una de las personas que la observan. Al volver la belleza algo subjetivo, no existe un fin hacia el cual esta se dirija, ni es esta el reflejo del esplendor de la unidad, la proporción y el orden. Así es como se llega a afirmar esta frase, ya que el sentimiento mismo constituye nuestra alabanza o admiración. ¿Dónde queda entonces la experiencia espiritual? En este caso se niega que la belleza está en lo bueno y lo verdadero del objeto que se contempla ya que es el sentimiento de admiración que despierta el objeto en sí mismo, el indicador de la belleza. Esta discriminación estética es la que se entendería como belleza y la centraría en los ojos de quien la ve.
Catedral de Notre Dame, Paris. Francia. Declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1991.
Pero la expresión de admiración no es el determinante de la belleza de algo porque, como ya hemos dicho antes, para que algo sea bello ha de ser verdadero y bueno y estar encaminado a su fin. Porque si lo bello y lo deforme, así como lo virtuoso a lo vicioso tuviesen igual cabida en el arte por despertar un sentimiento interno en el hombre, este sentir permitiría hacer de los objetos naturales una nueva creación. Esto se opondría al principio de no contradicción, expresado por Aristóteles que “afirma que no es posible decir cosas contrarias de lo mismo.” Por lo tanto, un objeto no puede ser bello y feo al mismo tiempo según el sentimiento de cada uno. Al no aceptar que el objeto tiene un fin para el cual existe estamos utilizando al objeto a beneficio propio en una relación desordenada con el objeto y no para el fin por el cual existe. Notre Dame existe como un ícono de la religión católica que data de la edad media, acompañando desde entonces la historia del pueblo francés y cuyo fin ha sido mantener siempre la esperanza y el consuelo en sus luchas, a través de sus generaciones.
Sería entonces más congruente decir que la belleza está no solo en la imitación sino también en la contemplación de lo creado. Tomás de Aquino nos dice que el espíritu humano es el instructor que nos empuja más allá de nosotros mismos y nos dirige hacia lo bueno, lo verdadero y lo bello. La mente busca lo verdadero y lo encuentra de alguna manera, pero nunca es suficiente porque la mente busca el verdadero absoluto. La voluntad busca lo verdadero, pero nunca es suficiente para satisfacer la voluntad. Es por lo que el alma busca lo bello y lo encuentra y lo logra en un grado limitado en este mundo, pero aún no alcanza la belleza misma. Hay una especie de permanencia santa en nosotros que nos empuja a lo verdadero, lo bueno y lo bello que nos trascendente.
C. Lewis dice que, en la vida, la experiencia más exquisita es el placer estético, la intimidad sexual y la amistad profunda. Estas siempre vienen acompañadas de cierta tristeza, la sensación de que hay algo más: ¡el cielo! y nos dice que solo este puede corresponder a lo deseado más allá de lo deseado, a eso buscando más allá de lo buscado y que la mente y la voluntad querrán ver definitivamente.
El Rosetón de Notre Dame es uno de estos ejemplos en el arte donde la gente se detiene a contemplar la belleza de la luz que entra a través de los vitrales de color, dando un brillo que se memoriza como una belleza pura. En la serie Catolicismo el obispo Barron, desde Notre Dame, se detiene a contemplar el Rosetón para acercarnos a la belleza de esta obra maravillosa que el autor puso al servicio de un bien superior porque está destinado al gusto de la visión beatífica. El nos explica que el Rosetón es una pieza artística en perfecta armonía donde el artista nos da un sentido más profundo a través del simbolismo numérico. El autor hizo una meditación artística del número 8, que es el número de la eternidad. Esta dimensión trascendente de su obra que llama a quien lo contempla a la unión con Dios, puede pasar muchas veces desapercibida por las personas que se detienen a observar el Rosetón. Esto sucede porque la visión de Dios es algo así. No podemos llegar a la belleza de una vez, pero cuanto más vemos la belleza, más queremos ver, cuanto más sabemos, más queremos saber, cuanto más exploramos más hambrientos quedamos, es por esto por lo que debemos vivir en una constante búsqueda de la belleza y del saber.
Esta experiencia a la que nos ha llevado el incendio de Notre Dame, ha tocado en los franceses y los espectadores fibras sensibles que nos mueven en la búsqueda de la belleza ya sea en lo estético y artístico, pero además nos habla de un legado espiritual de un valor enorme para los cristianos y para todo el pueblo francés. Es así como el rescate de las reliquias de la corona de espinas y los clavos con los que Cristo fue clavado en la cruz, entre otras, tomaron una gran relevancia. Estas reliquias conectan directamente al corazón de los cristianos, por el hecho histórico que muestra la forma en que la humanidad ha sido redimida. Ahondar en la belleza a partir de esta frase, nos ha mostrado que, por el contrario, la belleza es algo que nos trasciende e impulsa a la plenitud a la que estamos llamados.